lunes, 25 de enero de 2010

¡Qué horror. Me pasé!


Amsterdam
Cargado originalmente por Bart van Dijk (breeblebox)
Publicado por Juan Manuel Wills
Entrada No. 23 Año 3













A finales del año pasado un avión comercial de una aerolínea norteamericana se pasó ciento cincuenta millas de su sitio final de destino que era la ciudad de Minneapolis. La tripulación conductora no se dio cuenta del incidente, a pesar de los múltiples llamados de atención de la torre de control y de las señales suministradas por sus aparatos de supervisión, inclusive por el piloto automático.


¿Qué sucedió? Algo nada extraño para esta época cibernética: según explicación posterior del capitán y su compañero, cada uno venía ensimismado revisando los mensajes de su computador personal y detallando algunas modificaciones que les habían enviado sobre el reglamento de trabajo; fue tan intensa su concentración que lo demás que ocurría a su alrededor no hacía parte, en esos momentos, de su mundo.

Una equivalencia de esta situación para quienes no somos pilotos comerciales, sería la que ocurriría si el conductor de un automóvil, sin detenerse, procede a contestar urgentemente en el celular un mensaje de texto recibido de la oficina y por tal razón se desvía involuntariamente unos veinticinco kilómetros de la ruta principal por entre un cultivo de papas sin siquiera darse cuenta de dicha circunstancia a pesar de que la amable locutora del GPS (ese maravilloso sabio incorporado en los carros, conocedor de todas las rutas al mínimo detalle y que las va comunicando, en tiempo real, en claras instrucciones con acento español y términos a veces incomprensibles al chofer) le alerte que ha ocurrido un desvío de la ruta original. Algo que de alguna manera pensaríamos imposible de ocurrir. ¡Pero sucede y cada vez con mayor frecuencia!

La explicación a esto puede derivarse de los resultados de una investigación realizada en alguna universidad de Estados Unidos sobre lo que ellos han bautizado como “ceguera involuntaria”: un estado tal de concentración en una actividad, que la persona no se da cuenta de eventos especiales e inclusive extraordinarios que están ocurriendo en ese momento a su alrededor. Utilizaron para probar su hipótesis a un actor disfrazado de payaso recorriendo el campus en un monociclo (de los utilizados en los circos por sus malabaristas). Se le preguntó, a quienes estaban hablando en esos momentos por celular, si lo habían visto; tres de cada cuatro interrogados indicaron que no. Para los que simplemente caminaban sin hacer ninguna otra actividad tal índice fue mucho menor. Conclusión: cuando se está hablando por celular es como si realmente la persona estuviera fuera del sitio físico donde se encuentra (por ejemplo, almorzando, siempre y cuando durante el almuerzo no esté hablando por celular pues en tal caso, consistente con esta teoría tampoco estaría comiendo). Es como si en su mente, en ese ojo cerrado estuviera geográficamente o temporalmente en otro sitio, en el campo de papas o en la costa caribe tomando una piña colada. La conclusión evidente es que contestar un correo o hablar por el celular afecta tanto su atención como un pase de alguna droga psicodélica.

¿Qué tal que en vez del payaso en mención lo que tengamos enfrente sea un bloque de cemento o una depresión en el camino? El riesgo de un grave accidente es serio y ocurre.

Sin ser trascendentales o trágicos las consecuencias de este síndrome de ceguera las vivimos a diario, inclusive en nuestras relaciones del día a día. ¿Ha tenido recientemente que dar una conferencia? Buena parte de la audiencia está enfocada en revisar sus mensajes de texto, algunos a contestarlos y la minoría a poner atención......Haga la prueba: al final del evento solicítele a aquellos que se ven mas activos con su parafernalia electrónica, un resumen en un par de frases de lo que se habló. ¿Cuál cree que será su respuesta? Ahora trasládese a su casa.....¿cree usted que su hijo le entendió sus consejos para ser un mejor ser humano mientras paralelo a su conversación, él revisaba su buzón de la red social, enviaba un mensaje a la novia y hacía una jugada en el "Playstation"?

Para nada soy enemigo de la tecnología de información......por el contrario seré siempre un gran defensor y convencido que nos ha brindado muchos beneficios y novedades; pero tenemos que encontrar la forma para evitar que por distracciones como las mencionadas se convierta en un generador de incomunicación y mas grave aún de riesgos y peligros.

He decidido, en mis reuniones de oficina y de junta directiva, no permitir que utilicen estos aparatos. Necesito que me pongan atención y quiero ayudar a actualizar nuestras reglas de comportamiento y urbanidad en este nuevo ambiente. Tampoco pienso usar el celular mientras conduzco: no me quiero encontrar de frente con un payaso de concreto.

¿Y usted?

Nota: Este artículo está inspirado en un muy inteligente comentario “Out to lunch” de Nick Paumgarten, colaborador del “New Yorker” aparecido en la edición de noviembre 5 de 2009.

De donde procede mi apodo de Chonto


Mi buen amigo Ricardo Cárdenas, peruano y corresponsal del Blog me hizo recientemente el siguiente comentario: “........Hace unos días, en conversación con unas amigas bogotanas salió la palabra chonto, y sólo supieron decirme que era el tomate (rojo). Cuando les pregunté si se les ocurría por qué tú usas el “username” chonto en tu "blog", no se les ocurrió más que pensar que quizás te pones rojo como un tomate cuando te ríes! A ver si tú tienes una mejor explicación”.

Dicho mensaje me motivó a prepararle esta respuesta:

“Primero, te respondo tu duda sobre el apodo que llevo desde la época escolar. Efectivamente, chonto es el nombre de un tomate rojo pequeño muy dulce y sabroso, que se cultiva particularmente en la zona del pacífico colombiano ...pero la razón por la que me lo asignó un viejo compañero de toda mi vida no fue la que tu con bastante lógica en conjunto con tus amigas bogotanas lograron concluir. Es la siguiente:

En épocas del Dorado del fútbol colombiano (años 50´s) - cuando acá se jugaba el mejor balompié del mundo (¡ah tiempos aquellos...!) con grandes estrellas como Di Stéfano, Pedernera, Rossi, Valeriano López (extraordinario goleador peruano del Deportivo Cali, pregúntale al padre de Juan Cuadros) y muchísimos mas -, jugó como portero del Independiente Santa Fé en Bogotá un gran hombre de nuestras costas pacíficas, nacido en Buenaventura, Julio Gaviria a quien bautizaron con el alias de Chonto (seguramente por ser originario de uno de los sitios más prolíficos en la producción de este alimento).

Por esos años aun hacía deporte en el colegio y actuaba como el cancerbero de mi curso, “-muy desafortunado en mis actuaciones-” pues nunca lográbamos triunfar, en gran parte por causa de mi mal desempeño. El buen camarada, compañero de equipo y amigo, Rafael Mendoza, seguramente para mostrar una caricatura de lo que no debe ser un jugador en esa posición, con ironía me bautizó así -Chonto-, luego de alguna desastrosa actuación. Y desde ese momento he mantenido el nombre....es más, hace parte de mi entidad natural...de hecho mi padre no me decía Juan sino Chonto. Cuando lo escuches de alguien refiriéndose a mi, podrás concluir con altísima certeza que fue compañero mío en la época de estudios,-colegio y universidad,-pues todos ellos aún continúan llamándome con dicho apelativo. Me gusta por los buenos recuerdos asociados con esa época de juventud y de estudios.”


Una buena reflexión de Churchill

“¿Señor Churchill, a que atribuye su éxito en la vida?” le preguntó Paul Johnson el famoso biógrafo al primer ministro inglés.

Le contestó de forma inmediata y sin pensarlo dos veces:

“Conservación de Energía: nunca se pare cuando pueda estar sentado, y nunca se siente cuando pueda estar acostado”.

Creo que es una buena acotación al dicho que siempre he promocionado como uno de los importantes de mi filosofía de vida: “El deporte es malo para la salud”. Al que quiera con gusto le preciso aún mas esta afirmación.

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JMW