lunes, 8 de junio de 2009

La Frustración de la Garantía

Entrada No. 16 Año No. 2 Publicada por Juan Manuel Wills

Esta época moderna -los últimos veinticinco años- ha traído para el trabajo, el hogar y en general el ser humano común y corriente como usted y yo, avances significativos en el uso de la tecnología electrónica. Hemos aprendido a aprovecharlos en mayor o menor grado, no entenderíamos buena parte de la vida sin ellos; por lo útiles que se nos presentan para nuestros ratos de ocio, el desempeño de nuestras responsabilidades laborales, nuestra pura distracción o simplemente para maravillarnos de toda su magia.


Sentimos un gran desasosiego si por alguna razón no se puede utilizar el computador personal para consultar la red o enviar un correo, la cámara digital para registrar y compartir de manera casi inmediata una buena foto o película de la familia o de los amigos, el “Ipod” para escuchar la música preferida, el “Playstation” para jugar con los hijos o concursar musicalmente a un ritmo enloquecedor. La angustia será aun mayor si deja de funcionar el “Iphone” y no podemos hacer la llamada urgente ni calcular la tasa de retorno de esa inversión que se desvaloriza en estos tiempos desastrosos, ni mucho menos averiguar las coordenadas del sitio donde me encuentro o donde están mis amigos ( con los riesgos que tiene el permitir que esta información sea pública), y tampoco observar la actuación, extraída de “You Tube”, de Susan Boyle ( no necesariamente es el video de mejor resolución, tanto por la figura de la interprete como por la claridad de la imagen disponible). Usted tendrá con certeza infinidad de ejemplos para completar esta relación de usos comunes de algo que no existía en la generación que nos precedió y que produce frustraciones. Solo los grandes visionarios, como Verne y Asimov; Lucas, Kubrick y Clarke; los personajes de ficción como Dick Tracy, Obi Wan Kenobi o Mr. Spock, o inventores y pensadores como Jobs, Einstein o Negroponte, e inclusive Goyeneche, pudieron con anticipación imaginarse un mundo distinto al que vivían o vivieron.

Todo esto, de hecho, no solo nos ha generado necesidades y dependencias sino obligado a reservar en el presupuesto doméstico habitual, un nuevo rubro de gastos (¿suntuarios?) que puede haber alcanzado, según sea el caso, niveles altos de pagos (como en el mío), que de no haberse desembolsado podrían estar en nuestra cuenta de ahorros ( si usted no tuvo la desgracia de invertirla en acciones o fondos mutuos o de pensiones recientemente); también nos crea una nueva angustia, moderna e inexplicable: la frustración de la garantía, que al igual que los inventos que ésta respalda tampoco fue familiar a nuestros abuelos.

¿ A qué me refiero? Como en tiempos pasados se inventó para los automóviles, equipos de refrigeración y computadores para citar unos pocos ejemplos, se ofrece también según la práctica comercial de los buenos negocios, un certificado bautizado como la “garantía”. “Lo felicito por la compra” - le dice a usted el vendedor que usualmente poco sabe del producto que está ofreciendo y prosigue- “como muestra del agradecimiento del fabricante hacia usted por la confianza que nos ha depositado al adquirir este espectacular aparato, le ofreceremos una garantía de un año, según la cual si por alguna razón, en ese tiempo, le deja de funcionar, no entrega el resultado prometido o simplemente no le gusta; sin preguntas, se lo cambiamos por uno completamente nuevo sin costo adicional.” Es el argumento final para convencerlo de la compra, presenta su tarjeta de crédito, se autoriza la transacción y le entregan junto al equipo y su empaque un certificado (la garantía) para demostrar ante el mundo que usted es poseedor de una sofisticada pieza de electrónica, perfecta, para disfrutarla a partir del momento que llegue a casa. Y así lo hace. Se emociona, lo muestra con orgullo a sus amigos, se lee el manual de instrucciones del cual usualmente no entiende nada ( ¡la antiliteratura sí existe!), pero por amor propio no lo acepta, lo ajusta -configura, en la jerga moderna- a sus necesidades y empieza su calvario, su angustia de pensar que lo dañó antes de utilizarlo por primera vez; finamente a punta de tesón, pruebas y ensayos repetidos consigue operarlo. Inicia su experiencia y su nueva adicción, continúa operándolo indefinidamente, pronostica que nunca le fallará, olvida sus prevenciones y pesimismos y no desarrolla precauciones para recuperar la información en caso de un mal funcionamiento. Hasta que un día cualquiera se presenta inesperadamente el desastre, un accidente, se acuerda que lo convencieron con “ese” servicio de garantía y se tranquiliza. Busca el certificado, si no lo encuentra la desesperación aumenta, en caso contrario se calma. Al detallarlo confirma que la fecha de vigencia se venció el día de ayer. ¡Nace una nueva ley de Murphy! Jamás olvidará ese momento. Odiará al fabricante, hablará mal de el y por siempre, cambiará de marca pero finalmente, luego de asimilar la molestia de aceptar que le toca reconstruir de cero la información que había almacenado en el artefacto, decide reemplazarlo por una versión mas moderna pero fabricada por el competidor de su primer proveedor e inicia un nuevo ciclo. La famosa garantía lo indujo finalmente a esta dependencia, a este vicio. Los psicoanalistas en algún momento le escucharán su historia.

Corolarios:

• No es lo mismo que el producto le falle al día siguiente del vencimiento de la garantía a que sea un año después. Con lo primero, nunca se recuperará, si es lo segundo siempre estará agradecido y reconocido: es una tecnología sorprendente y admirable.
• Las garantías poco sirven. Los productos han sido diseñados para que fallen un día después de su vigencia.

¡Oh, la economía del consumo! ¡ Qué desesperación!



Dos Pensamientos

Primero

Cualquier tecnología suficientemente avanzada no se diferencia en nada de la magia (Any sufficiently advanced technology is indistiguishable from magic)
Sir Arthur C. Clarke,
Escritor de Ciencia Ficción
Diciembre 16 de 1917 – Marzo 19 de 2008)


Segundo

Marido y mujer no pueden vivir sin discutir, si es que se quieren. Y yo te quiero a tí con locura.
Anton Chejov
Taganrog, Rusia Enero 29 de 1860, Badenweiler, Alemania Julio 14/15 de 1904.


Dos poesías de José Manuel Arango
(Carmen de Viboral 1937, Medellín 2002)

Una Larga Conversación

Cada noche converso con mi padre
Después de su muerte
nos hemos hecho amigos


En La Noche de Carnaval

En la noche de carnaval cada quien se hace una máscara
nadie sabe quién es quién
nadie es nadie

en el paraíso del carnaval
el tigre de talante apacible y colmillos que son un gozo
va a beber acompañado de la gacela
y el lobo y el cordero se miran con un escalofrío

en la noche de carnaval la víctima y el asesino
bailan

después irán
un trecho
de la mano
secretamente unidos en el paso
como los amantes
en el movimiento del amor

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JMW