lunes, 9 de febrero de 2009

Dinero Fácil y Efectivo

Escrito por Luis Felipe Vergara, gran amigo (Invitado especial a publicar su contribución en este Blog)


Imagínense un país donde la usura está prohibida. Sin embargo unos tipos conformaron unas empresas que llevan más de cinco años seguidos promoviendo la usura a la luz pública sin tener problema ninguno, porque las empresas no se montaron para cobrar intereses de usura, sino para pagarlos. Una especie de capitalismo masoquista.
No obstante ser la usura un delito, la realidad es que en ese país, ello ha tenido a la gente sin cuidado, por lo que a nadie le importa que lo vean ejerciendo de usurero, sobre todo cuando muchos los hacen a los ojos de todo el mundo. Prueba de ello es que las gentes llegan bien armadas de sus ahorros, y forman aglomeraciones diarias al pie de las puertas de las empresas que pagan intereses usurarios, y cada uno espera pacientemente hasta que reciba su respectivo carnet de usurero, pues no otra cosa es el documento o “tarjeta prepago” en la cual consta que se devolverá un capital quintuplicado en un lapso de seis meses.

Obviamente el empeño deliberado de tan singulares empresas en dejarse defraudar, resultó exitosísimo, pues entre la indulgencia con la usura y la disculpa de ser pobres y honrados, que en ese país sirve para explicar cualquier cosa, muchos se convirtieron en usureros; eso sí - es justo aclarar – en usureros de una sola víctima, que lo eran tales empresas.
Como no se acababa nunca la plata a pesar de la enorme carga de obligaciones que se echaban encima esas empresas día a día, prácticamente se logró demostrar que la usura es cosa buena, ya que por todo el país se multiplicaban las historias y los ejemplos de usureros bendecidos con la prosperidad. Ante esta evidencia, era por supuesto creencia generalizada que la prohibición de la usura correspondía a una equivocación anacrónica de unas instituciones caducas.
En ese momento las cosas estaban maduras para dar un segundo paso, que consistió en invitar a la gente a cambiar sus familias consanguíneas, por unas nuevas y mucho más numerosas “familias”, constituidas por los clientes de las empresas dedicadas a autoinflingirse el castigo de pagar intereses usurarios, y por este medio hacer felices a sus allegados.
En el país se empezó a hablar entonces de pertenencia a la “familia DMG”, o a la “familia” D.R.F.E, y a otras de menor alcurnia y recordación, incluso vistiendo ropa marcada con los correspondientes distintivos. Amorosas “familias” compuestas por ancianos, viudas, niños y hombres usureros, que como Fuenteovejuna, todos a una, abrumaban de obligaciones a unas empresas, madres cabeza de “familia”, que no solo no sufrían por ello y se gozaban el martirio de la usura con ejemplar dedicación, sino que – cosa de milagro – jamás se les agotaban los recursos.
Esas madres amorosas eran, eso sí, de una extraña condición: Solo podían darle de mamar a su multiplicada prole de la misma leche que recibían de esta. Pero la población de usureros, bien pegada de su teta y ciega como un recién nacido, al principio no se percató de que poco a poco se había ido convirtiendo en el usurero de sí misma.
Sin embargo, nada puede permanecer siempre oculto, y menos algo tan gordo. Había llegado entonces el momento en que las empresas debían intervenir nuevamente como madres cabeza de “familia” que son, para instruir convenientemente a sus hijos mayores, pues estos debían empezar a tener cierta claridad, no todavía de todo, pero al menos sí de ciertas cosas elementales:
Mire mijo
– le decían a cada uno -
como usted es de la familia, atraiga clientela; aproveche que esos remilgos de antes ya no existen y que eso de ser usurero lo único que tiene de malo es tener que sacarle el cuerpo a los de los impuestos, porque ellos quieren molestarlo a usted, únicamente porque siendo pobre, tuvo que acudir a mí.

En este punto, la familia usurera se vuelve también estafadora, para poder seguir atrayendo clientela; prestamente, la amantísima madre corre a apaciguar por adelantado cualquier remordimiento de conciencia:
Vea mijo
le dice a cada uno de sus vástagos
- eso del engaño es cosa buena, cuando se engaña al que se quiere dejar. Usted puede comprobar que la gente está muy contenta con nosotros. Nadie le hará a usted ni un solo reclamo; verá que ni siquiera lo buscarán para pedirle cuentas, aquellos a los que teóricamente les toque estar de malas. Y menos aún los bendecidos.

A medida que la “familia” crece, avanzan las lecciones de la madre, convenientemente dosificadas, que es lo que hace ardua la misión pedagógica:
¿Usted cree, mijo, que con la sola clientela que usted me trae, yo puedo dar tanto de mamar y tan seguido? Ahí está el ejemplo de esos que llaman “pirámides”; se cayeron porque no diversificaron; no hay allí ninguna originalidad. Ese es un invento viejísimo. El mundo moderno es competitividad, mijo, competitividad; y para eso hay que diversificar. Fíjese que en esta “familia” no somos pirámide.
- ¿Y entonces que somos, madre?
Somos mucho más; somos muchas cosas; con el tiempo irá viendo; pero, eso sí, confíe mijo, que usted está mayorcito y yo le he ensañado bastante. No me podrá negar que ya se lo está figurando, mijo.

A la amantísima madre, una vez la vieron meterse al monte y salir después de allí con unos dólares que se estaban pudriendo en una caleta que llevaba unos años enterrada. (No se entiende como dejan perder la plata habiendo tanta pobreza. Si no fuera por la madre, se hubieran perdido tranquilamente esos dólares).
Otra vez vieron a la madre ascender con un buen equipaje a un paraíso fiscal. Solo que la madre de nuestra historia no se quedó allá desentendida de los hijos, sino que volvió cargada de televisiones, y computadores, y juguetes, y carros, y trago, y de todo.
Otra vez la vieron inaugurar una enorme bodega a la entrada de Bogotá llena de mercancía variadísima. Y otra vez la vieron saliendo del Congreso. Y otra vez la vieron al pie del Consejo Superior de la Judicatura. Y otra llevando en carro blindado a la Registraduría Nacional del Estado Civil unas planillas llenas de firmas, que obviamente debían de valer mucho.
En fin, se la veía a toda hora febril, ofreciendo por acá y ofreciendo por allá; colaborando por acá y colaborando por allá:
Sí se fija mijo, cómo es que a mí sí me toca hacer muchas cosas –
remata la madre con cansancio, pero con la satisfacción del deber cumplido
- Si no fuera por todo lo que me muevo por usted, ¿cómo cree mijo que pudimos captar el efectivo de Bogotá, y de Barranquilla, y de Medellín, y de Ibagué, y de Pasto , y de Honda … y de … , hasta alcanzar el noble fin de meter a todos a la “familia” y de paso poder pagarle a usted? - Es que a todo el mundo le gusta que le vendan y que le devuelvan la plata. A propósito, permítame filosofar sobre el particular en dos renglones antes de terminar: Pocos, mijo, se resisten al encanto de lo regalado; aunque francamente no entiendo porqué, siendo que a la larga es más fácil trabajar, que defender lo que nada ha costado.

En este punto y hora la “familia” ya era mitad partícipe y mitad encubridora de toda una gama de delitos – lavado de dinero, cohecho, contrabando de precursores, testaferrato , raspachinanto, etc. etc. – que en su conjunto constituyen el motor de la gran economía informal del narcotráfico, y del enriquecimiento ilícito de toda origen, porque sabía perfectamente que a la madre se le hubiera secado hace mucho tiempo la leche, si todo fuera tan transparente y claro como una sencilla pirámide.

EPÍLOGO: El gobierno, que hasta hace poco había sido bien “manguiancho”, de un momento a otro le entró a saco a las “familias”, como las hormigas a un termitero y apachurró a las reinas que estuvieron a su alcance. Las reinas que se salvaron, volaron a otra parte con lo que habían podido poner a salvo previsoramente, a fin de formar nuevos y amorosos nidos. Los huérfanos revolotearon al principio por los alrededores de su antigua querencia, pidiendo que dejaran trabajar a la mamá; pero la ausencia de esta y el hambre, terminaron por cansarlos y dispersarlos.
El gobierno, con su proverbial torpeza, le nombró liquidador a unas empresas del delito, lo que es un total contrasentido.
Por ello, cuando el gobierno se percate de que ha prometido devolver lo que no merece ser devuelto, se sentará a esperar con toda la abulia burocrática del caso, a que un fiscal en un proceso de extinción de dominio apropie para la sociedad lo poco que se incaute de estas empresas “familiares”, medida esta que facilitará enormemente culminar la liquidación con una explicación muy jurídica de porqué no se pudo devolver nada.
Esta ha sido la historia de una desgracia, que fue el fruto de la conjunción de tres pobrezas en un medio social paradójicamente saturado de dinero en efectivo: La pobreza material, la pobreza intelectual y la pobreza moral.

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JMW